Ella le miró, apoyada en el marco de la puerta, con ojos brillantes y llenos de un sentimiento que desde hacía tiempo se había convertido en su fiel compañero, el amor.

Él sentado en el sofá, releía por enésima vez la prensa del día. Llevaba aquellas espantosas zapatillas de casa, rotas por el tiempo, pero que a pesar de sus súplicas por tirarlas él no accedía. Pero a ella hoy le daba igual... estaba guapísimo con el pijama, el pelo desaliñado y la barba de dos días.

Recordó el día que se conocieron y lo que a él le costó pedirle que fuesen al cine. Sonría mientras recordaba aquello. Habían pasado muchos años y le seguía queriendo igual. No era perfecto, tenía sus defectos como todos, pero a ella le encantaban... Eran diferentes, tremendamente diferenfes,  pero eso les complementaba... "lo que yo no tengo me lo da él", solía repetir.

Volvió en sí, tras divagar por los recuerdos, se secó una lágrima que rodaba por su mejilla y dijo con voz muy suave:

-Cariño, te quiero...

Él se giró, la miró con dulzura y le contestó:

- Y yo a ti, pequeña

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