De pequeña me gustaba sentarme en esas escaleras porque estaban fresquitas y se dejaba notar un poco la corriente. También solía asomarme y dar sustos a los que pasaban por debajo. En contadas ocasiones mis adorables abuelos fueron víctima de ello. Muchas veces aquel peldaño me sirvió como escondite cuando mis padres me mandaban dormir y aunque se me cerransen los ojos, en acto de rebeldía me atrincheraba allí. Esas escaleras han dado mucho juego.

Han pasado los años y es ahora a Ronchi a quien le gusta tumbarse ahí. Se echa unas siestas olímpicas arropado por la corriente del mediterràneo. Tardó en aprender a subir las escaleras, pero cuando lo hizo... lo hizo para darse grandes homenajes.

Lo miro con ilusión desde abajo y me recuerdo no hace muchos años como èl sentada.


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