Mordiscos

Ella lloraba, desconsolada. Postrada en la cama como si su vida tocase a su fin. Una agonia entre làgrimas. Saludó incluso al hombre de la guadaña entre solozos, pero èl no le respondió. No me quedó claro si fue por pasotismo, porque estaba demasiado concentrado admirando el filo de su incondicional arma o simplemente porque no era el momento de responder.

Ella se abrazó a la almohada, fuerte, buscando amparo. Desde el estremo de la cama èl le miraba en silencio, con el alma hecha pedazos. Impotente.

Pero decidió no tirar la toalla... Se acercó hasta sus manos, las tomó pero no era suficiente. Decidió  acariciar sus brazos subiendo hasta sus suaves hombros y la agarró con fuerza, mucha fuerza. Tanta que la despertó de sus pensamientos.

- Vale ya! - le dijo mientras la sentaba frente a èl. - he decidido que vamos. Hacer algo.

- no me apetece. - Murmuró ella sin sosiego.

- Pero si aún no sabes lo que es.

- No importa.

- En fin, lo hacemos. Hoy mando yo- instó. - voy a morderte fuerte

- no porfavor.

-¿por què?

- porque me haces daño.

- Me da igual. No puedo resistirme.

La miró con deseo, la abrazó sin lugar a queja y le mordió fuerte en el brazo hasta dejar casi ensangrentada la zona. No bastaron las suplicas entre carcajadas para que dejase de someterle a aquella tortura que tanto odiaba. Pero en el fondo le encantaba el hecho de sentir sus brazos amarrados a ella, su boca recorriendo su cuerpo y el deseo de quedarse así, a pesar del dolor, eternamente.

Solo èl sabía como hacerla sonreir

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