primer amor

Sonaba una canción dulce y suave mientras en el baño una chica de corta edad intentaba esconder sin éxitos sus lágrimas. Sentada en el frío suelo recogiendo sus piernas con los brazos, y agachando la cabeza entre ellas lloraba desconsoladamente.

La vida en ocasiones nos aprieta hasta dejarnos sin aliento, y digo casi, porque nos deja sólo un poco y ese escaso aliento para garlo en llorar. Llorar para sentirnos mejor, para compadecernos y para sacar nuestro dolor de dentro. Porque aunque muchos lo nieguen llorar es necesario.

Ella había perdido lo más importante de su vida, y estaba convencida de que no volvería a tener jamas las fuerzas suficientes para salir de aquel sobrio y frio baño, levantar la cabeza y enfrentarse a la nueva vida sin él. Por ello se quedaría allí para siempre, encerrada, aislada del mundo, un pestillo la guardaría de la amenaza de los recuerdos.

Desde fuera alguien escuchaba ese dolorido llanto y sabía que esas gotas saladas no cesarían en un buen tiempo. Pero quiso dejar que la niña llorase sola un rato más, tenía muchas cosas que sacar fuera de sí. Un deshaogo en la intimidad nunca viene mañ. En un rato acudiría a ella con una buena taza de chocolate para secarle esas lágrimas que estaban irritando su cara, darle un abrazo y explicarle que todos pasamos por eso y que se supera con el tiempo. Que el amor es algo extremadamente maravilloso que te hace tocar el cielo, pero que de la noche a la mañana te tira al suelo y el golpe duele. Y mucho.

Creemos morir en ese momento, creemos que somos las únicas personas que lo estamos pasando mal, y que por supuesto, somos las únicas que hemos sufrido tanto. No, nosotros vamos a ser los únicos que no lo vamos a superar. Las palabras de consuelo de la gente no significan nada, ellos no tienen ni idea de lo que estamos pasando, ellos no saben como le quería, ellos no lo entienden. La vida tiene un principio y un final y este era nuestro final.

Pero no hay nada que no se pueda arreglar con una caliente taza de chocolate y los abrazos y caricias de una madre.

- Abre Cariño. Dijo una voz dulce desde fuera.

El pestillo sonó y la madre sonrió, aunque le destrozase ver a su hija con los ojos llenos de lágrimas. Dejó las tazas de chocolate apoyadas donde buenamente pudo, cerró la puerta y se sentó con su hija en el suelo, complice. La tomó en sus brazos, como cuando era pequeña y lloraba porque le dolía algo. Ahora también le dolía algo, pero era la primera vez que lo experimentaba, un dolor más intenso que una caída en bicicleta o una pelea con alguno de sus hermanos. Un dolor dentro de ella que no podía controlar. Una herida a la que no se le podía cantar, ni poner mercromina y tiritas de colores. Un dolor y una herida que sólo el tiempo podía curar. La abrazó con fuerza durante un buen rato.

- Me quiero morir mamá, dijo sin aliento la hija.
- Oh! no hija mía, aunque ahora creas eso, lo vas a superar, créeme, contestó su madre con una leve sonrisa llena de dulzura y amor.
- No mamá, yo sé que no. Dijo afligida.
- Hija… es tu primer amor, lo que supone el primer dolor. Pero lo superarás, te lo dice mamá.

Siguieron un buen rato en el baño sin hablar, simplemente abrazadas. Mientras, el chocolate se enfriaba, mientras las lágrimas enrojecían los ojos de la joven.

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