El arte de equivocarte

Que levante la mano el que nunca se haya equivocado. 
Que de un paso al frente quien nunca se haya arrepentido de algo. 
Que tire la primera piedra quien no haya cometido un error en su vida. 

Yo levanto la mano mil veces, doy otros tantos pasos al frente y a penas me quedan piedras que lanzar. 

He cometido muchos, muchísimos, errores en esta vida. Más de los que podáis imaginar, más de los que me hubiese gustado, más que muchos de vosotros y seguramente más de los que dos o tres de vosotros cometeréis juntos en ocho vidas. 

Algunos han sido intrascendentes, comunes, fallos y descuidos que puede tener cualquiera. Pequeños tropiezos que se pasan por alto y se apartan al olvido pasados unos minutos, pero hay otros que no. Hay errores que, por el contrario, son más relevantes, errores que no pasan desapercibidos y castigan en la conciencia. Retumban. Lo más duro es cuando en estos se ha involucrado a otras personas, se les ha hecho daño y se les ha preocupado. Yo soy experta en equivocarme y en mi falta de acierto me he llevado por delante a personas, a años de mi vida y a oportunidades que no volverán. 

Cuando cometemos un error, porque tarde o temprano, por suerte o por desgracia, todos acabamos aquí, nos prometemos que jamás volveremos a caer de nuevo. Sacamos todo nuestro empeño, ya sea por amor propio, por orgullo o por el sufrimiento que nos produce (y que puede producir en otra persona) para que no vuelva a pasar. Pero hay un detalle, bueno un par, que pasamos por alto. 

Por un lado que como humanos, somos capaces de tropezar tres veces en la misma piedra, y no lo digo yo, lo dice el señor Borges.  Todo dicho sea de paso que también los hay que le cogen cariño al pedrusco y no paran, a veces me uno a esta secta de "amor a tropezar"  Pero sí, somos erráticos por instinto, por defecto de fábrica. Por otro lado, en el empeño de no cometer el error anterior se pueden perpetrar otros fallos en cuestiones que estamos olvidando.

¿Resumiendo? Que podemos estar todo el día errando. Claro está unos más que otros, que para eso el de arriba no hizo así de dispares. A algunos los hizo más reflexivos y calculadores, estos son quienes meditan más cada paso, cada decisión y ellos por lógica pura (y dura) se equivocarán menos pero no se librarán de hacerlo, porque insisto, tenemos defecto de fabrica.  A otros nos hizo más impulsivos y temperamentales, no dejaremos de darnos golpes contra la misma pared constantemente y cuando hayamos sangrado unas cuantas, muchas, veces tal vez aprenderemos.

Con la cicatriz abierta y el cuerpo lleno de sangre, sudor y lágrimas, es cuando nos damos cuenta de que hemos tomado un camino equivocado, cuando alguno reaccionamos. En ocasiones resulta ser al momento, en otros casos se necesita ayuda del tiempo. Pero siempre y, como si de un protocolo de actuación se tratase, llega el arrepentimiento, el examen de conciencia, los  tres Aves Marías y el propósito de enmienda. Amén. 

Muchas de las veces que me he equivocado, que he dejado bien claro que no son pocas, he tenido que escuchar la frase de consuelo "TODO TIENE SOLUCIÓN" y seguro que parte de razón no le falta. Sobre todo no quiero chafar la buena intención de la persona que intenta dar todo su apoyo a quien en ese momento se siente la más desgraciada por haber fallado y recurre a esta frase. Pero dejadme que repique que no en todos los casos esta afirmación es cierta. Yo no considero que todo tenga solución o ¿acaso el conductor que conducía ebrio y le arrebató la vida a quien paseaba por allí puede enmendar su culpa? 

No, yo no he matado a nadie. Creo. No me consta.  A lo que voy es que hay errores irreparables. 

Desde hace unos días, unas semanas, unos meses, arrastro un arrepentimiento de estos que intento explicar, de los que no tienen solución. Estoy pagando mi culpa, mi condena y mi sentencia por una mala decisión, por una equivocación, por un error que cometí hace mucho tiempo y es de esos, que como he dicho, no tiene remedio. 

Es una de esas culpas que te acompañan a cada paso, uno de esos errores que te da los buenos días y las buenas noches, que te recuerda que no puedes sonreír durante más de un minuto. Errores que hacen que hasta el agua te resulte amarga, un error como una sombra que no te deja de perseguir un día soleado. Es un error de los que hace que de corra el rímel watherproof y te salgan heridas en las mejillas del salado de las lágrimas. Es una de esas culpas que retumban en tu cabeza, que te quitan el hambre y te lo devuelven en forma de ansiedad, te dejan noches enteras sin dormir, y te provocan un dolor de cabeza insoportable. 

Cuando pienso en ello me falta el aire y me sobran las ganas de llorar. No me alivian las palabras y no me consuelan los abrazos. 

A las noches me tumbo en la cama, me acurruco buscando la posición más cómoda (la posición fetal) y me abrazo a mi misma buscando el 
amparo que no encuentro. Me imagino que sería de mi de no haber tomado aquella decisión. ¿Dónde estaría? Seguro que allí no, sollozando no. 

Pero fui yo quien tomo aquella decisión, fui yo quien se equivocó, y no me queda más remedio que cargar con ello, aceptar y seguir. Baltasar Gracián dice que "Errar es humano, pero más lo es culpar de ello a otros", pues no. Yo no culpo a nadie, más que a mi misma. Mea culpa. Dadme una salve y me fustigaré. 

Rectificar es de sabios, claro, ya lo sé y lo hice. Yo actué como marca el mencionado protocolo. Arrepentimiento, examen de conciencia... Aves Marías ( yo que soy católica recé mucho más) y propósito de enmienda. Intenté, por todos los medios, arreglar las cosas, de verdad hice todo lo que estuvo en mi mano y lo que no para darle la vuelta a mi error, a la mala decisión que tomé pero no sirvió de nada, ya era tarde. Muy tarde. Ya poco se podía hacer. 

Asique aquí estoy, llorando una vida que dejé escapar, una vida que nunca será, ahora toca adaptación, periodo de adaptación que dicen muchos, vida de adaptación digo yo. Pero tal vez no he sido clara, no voy a rendirme, si me tengo que quedar sentada en el banco de ese parque esperando, lo haré. Pero no quiero vivir otra vida. Quiero aquella que un día tuve. No voy a conformarme con menos. 

De vez en cuanto alguien, con sutileza, te recuerda, yo agacho la cabeza. Dejé escapar esa oportunidad, ya está, así es la vida. Aunque ésta jamás será igual. Yo jamás seré igual. Si aquello no vuelve, que nada venga. Pero "un hombre nunca debe avergonzarse por reconocer que se equivocó" (Jonathan Swith)



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