Fly me to the moon

Acababa de contestar a su último mensaje mientras sonaba “Fly me to the moon” bajo la voz de Frank Sinatra. Me parecía idóneo pero aún no era capaz de tomar prestada la letra de esta canción y decirle que me llevara volando hasta la Luna y me dejara jugar entre las estrellas. No, aún era demasiado pronto aunque mis ganas no pensaran lo mismo. Llevábamos conociéndonos poco tiempo y cada minuto que pasaba parecía jugar a nuestro favor, al menos a mi favor.

In other words… Ya sabes, Frank.

Mis últimos días los pasaba sonriendo sin motivo aparente (o muy aparente), llevaba semanas atendiendo a las letras de ciertas canciones porque resultaban robarme las palabras, las idioteces propias de esta situación no dejaban de deambular por mi cabeza... Ay, maldita ilusión, que te conoces.

Por hoy la jornada llegaba a su fin. Aún tenía que cerrar un par de cosas, recoger y parar por el súper para hacer una copiosa compra: esta mañana me había parecido ver una telaraña en el frigo. 

La ciudad nos estaba regalando una primavera adelantada y yo estaba encantada a pesar de que a última hora, cuando me tocaba salir de la oficina, tenía que abrigarme. Todo parecía ir en sintonía y eso me hacía sonreír. Más. 

Uy, un mensaje de él. 
Uy, sonrisa automática. 
Uy, que idiota eres.

“Jornada terminada, ahora a descansar”. Mi cabeza: Fly me to de moon, please. 
Mensaje: ¡A descansar! 

Me encanta la música de los 60 y no había parado de escucharla en todo el día. Bajaba en el ascensor bailando y cantando “Just a Gigolo” como una loca mientras me colocaba bien el abrigo. Cualquiera que me viera fingir que era Louis Prima iba a ahogarse en una carcajada pero no sería la primera vez que era cazada haciendo un, perfecto diré en mi defensa, playback. 

Efectivamente fuera, una vez que se iba el sol, hacía frío pero la música de las trompetas y mis pies dejándose llevar por ellas lo hacían todo más fácil. 

Mientras caminaba, por no decir bailaba, absorta ahora en Ray Charles y su frenético ritmo una mirada me sorprendió. Era él. ¿Qué hacía aquí? ¿Quién le había dicho dónde estaba mi oficina? Me acababa de escribir un mensaje... Mil preguntas revolucionaban mi cabeza a una velocidad vertiginosa sin poder ser resultas. Odiaba la sensación de no poder controlar el momento pero a la vez, lo reconozco, me encantaba.
Creo que mi cara lo dijo todo porque no pude más que provocar una sonrisa en él.

Le noté nervioso, yo no podía cantarle “Fly me to de Moon” y él tampoco podía arriesgarse a presentarse en la puerta de mi trabajo. ¿O si? Le perdonaba, claro que le perdonaba, estaba encantada y emocionada. Él no lo veía pero estaba dando saltitos como una niña pequeña. 

  • Hola… - Efectivamente le temblaba la voz.- Sorpresa, espero que no te moleste. 
  • ¡Y tanto que sorpresa! ¿Qué haces aquí? No me lo esperaba. - No, no te lo esperabas pero lo habías imaginado, amiga. 
  • He venido para que no pases frío volviendo a casa, ahora baja mucho la temperatura.
  • Qué detalle, no hacía falta de verdad.
  • No me cuesta nada. - Qué tímido. 
  • Bueno… ¿Y si tomamos algo? 
  • Claro, pero ¿te parece si antes vamos a ver el atardecer? Está apunto y me consta que te encantan.

Venga, querida, recoge esa sonrisa que está a punto de agrietarte la piel y monta en el coche. 

Ay, qué os voy a decir… que lo mejor del mundo es que te vengan a buscar al trabajo de sorpresa. Que lo mejor del mundo es que se preocupen de que no pases frío al volver a casa y que no puedas decirlo en voz alta pero que en tu cabeza suene Fly me to The moon. 


¡Gracias Frank! 



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