Yo me quedo a tu lado


- Amiga, tengo un plan para el sábado. ¿Te parece que vayamos a Biarritz a dar un paseo y después merendemos un crepe rico de chocolate? 

Era infalible, no solo era uno de mis planes favoritos sino que sabía que a ella le iba a encantar. Además incluía chocolate que, en estos días flojos con los que le estaba tocando lidiar, le iba a venir demasiado bien. 

- Lo vamos viendo. 
- Vale, no te preocupes. 

Y no, no me sentó mal que mostrara poco entusiasmo con uno de mis planes porque, conocedora de la etapa difícil que estaba pasando, fui comprensiva con ella. 

Siempre he considerado que las personas que lo pasan mal deben tener a su lado gente que sepa gestionar y respetar su estado de ánimo. Es casi más importante la labor de los de su alrededor que la de ellos mismos. Y ojo, no es fácil: no todos contamos con nociones de psicología, ni conocemos las herramientas para ayudarles. Estoy segura de que todos lo hacemos lo mejor que podemos aunque nos equivoquemos.

Mi querida amiga habitúa a cancelarme planes a ultimísima hora y jamás la juzgo creyendo que no quiere estar conmigo, ni considero que sea maleducada o egoísta. Todo lo contrario. Comprendo que se ha levantado mal, abatida, triste, desolada y cubierta de desidia. Soy consciente de que ha sacado toda la artillería para enfrentarse a un nuevo día y que está agotada de enfrentarse en mil batallas y luchar contra millones de fantasmas. 

Sé, además, que deja de hacer muchas cosas e ir a muchos sitios porque le preocupa estar fuera, empezar a encontrarse mal y no sentirse “en casa”. Por eso, procuro tener todo el tacto del mundo a la hora de proponerle un plan a medio plazo o que le suponga un sobre esfuerzo. 

Soy consciente, aunque no se lo diga, de que la mayoría de las veces no me llama para contarme que está mal, para decirme que tiene un día terrible o que algo le atormenta porque no quiere hacerlo real. "No quiero cansarte con mis problemas", me dijo no hace mucho. Ella, en su desidia, no quiere hacerme partícipe de su angustia y se sabe mala compañía. 

Está en plena crisis y en su torbellino mental no es capaz de priorizar para solventar esa situación que le quita el sueño. Tampoco tiene potestad para tomar las decisiones que debe. Perder los nervios, decirle que se calme, que espabile o que coja el toro por los cuernos no es la solución, no es lo que necesita nadie en su estado. Tampoco lo es hacerle ver que hay gente en peores condiciones o que la ansiedad está en su cabeza.

Me da mucha pena ver que mi amiga antes tenía la visita de este fantasma de vez en cuando, días sueltos y desde hace unas semanas estos se han enquistado. Los dichosos indicios de un mal día se han establecido y han pasado a convertirse en rutina. El miedo se ha apoderado de ella. El pánico monopoliza cada uno de sus pasos. Las fuerzas le han abandonado y no tiene ganas. Lo que antes le gustaba, ha dejado de hacerlo y ha perdido un poco de luz, tanto la suya como esa que vemos entre la tormenta y nos hace luchar.  Ansiedad inquilina. 

Por eso, amiga, estoy aquí. Sin condiciones, sin esperar nada a cambio y no solo porque tú un día estuviste a mi lado dándome tus fuerzas. Yo estoy aquí para recordarte las cosas buenas por las que hay que mantenerse. Haciéndote ver que no has de sentirte bien de golpe, que debes permitirte estar mal y respetar ese sentimiento. Ahora toca sentir y sangrar para después supurar y cicatrizar. Mamá siempre dice que para que una herida cicatrice debe sangrar. 

Sé que este ciclo es difícil pero garantizo que esta tormenta pasará y no solo sacaremos un aprendizaje de todo esto sino que volverás a brillar y a sonreír como siempre lo has hecho.  Te juro que saldremos a flote. 

Mientras tanto tienes toda mi delicadeza, cariño y respeto. 

Amiga, yo me quedo a tu lado. 







5 comentarios: