Mi lugar favorito

Había sido un día pesado, de esos que desde primera hora de la mañana deseas que termine y no hace más que estirarse como un chicle. Ya no hacía tanto calor como en los meses anteriores pero el otoño les estaba reglando los últimos coletazos de buen tiempo. 

Ella lo dejaba ver en su ánimo, siempre mencionaba que no entendía porqué los humanos no hibernaban de la misma manera que hacían muchos animales, "Ellos son los inteligentes, nosotros no". 

Él llevaba a sus espaldas días muy duros de trabajo, cierres de mes, recortes de personal y gestiones importantes. Últimamente le apretaba más aquello que el nudo de la corbata. 

Pero ambos tenían un motivo para sonreír. El otro. Llevaban un par de meses saliendo y cada día estaban más contentos, más ilusionados y con ganas de más. Recuperar la esperanza y la ilusión es algo en lo que no confiaban tiempo atrás y... qué cierto es aquello que rezan muchos: "cuando menos te lo esperas". 

Habían quedado para cenar, sus agendas eran complicadas para coincidir pero en cualquier rato tonto hacían por verse. Un café, un descanso para comer, una visita cerca de su oficina...  Él había elegido el sitio, quería sorprenderla y había reservado mesa en un local en el que el vino le iba a enamorar. Estaba completamente seguro. 

- ¿Qué tal el día? 
- Agotador. ¿El tuyo? 
- Igual. 
- Tenía ganas de este rato.
- No veía el momento. 

Rieron, se contaron anécdotas del día, de hace una semana y de hace años. Ella le habló de un proyecto que tenía en mente, de la banda sonora de una película que le volvía loca y del final del libro que acababa de devorar. Él comentó un par de cosas del trabajo, ella le prohibió hablar de ello y cambió de tercio diciéndole que quería ir al cine a ver "no-se-que" peli que ella declinó 
- Odio las pelis de terror 
- Hazme caso, esta no da mucho miedo. 

Debatieron un poco sobre lo que estaba pasando en el mundo, más concretamente en su país. Si había algo que les encantaba a los dos era escuchar los argumentos del otro desde el respeto y, tal vez, era por eso mismo que se entendían tan bien. 

Terminaron de cenar y efectivamente ella se enamoró de ese jugo de uva. Juró, entre risas, amor eterno a aquella botella y decidió apuntar el nombre para hacer un pedido y tener, en la pequeña bodega que se había hecho en un rincón de la cocina, varios ejemplares. 

- Un vino tan maravilloso es una garantía en cualquier situación. ¿No crees? 
- Me alegro mucho de que te haya gustado. 

Caminaban hacia el coche para tomar rumbo a casa pero, a pesar de estar agotados, arrastrar cansancio acumulado y tener que sacar fuerzas de flaqueza para lo que quedaba de semana, a él le dio mucha pena desaprovechar una de las últimas noches que les quedaban con esa temperatura, así que le propuso a ella dar un paseo hasta la playa. 

Caminaron agarrados, sin dejar de acariciarse y regalarse besos en cada semáforo. Siguieron hablando sin parar, tenían todas sus vidas que contarse y mil historias que saber de el otro. 

A ella, curiosa a límites extremos, le volvía loca preguntarle sobre sus sueños, su pasado, sus gustos y él no tenía ningún problema en responder y se mostraba encantado por su afán de conocerle mejor. 

Cuando dos personas se están conociendo, no les juzguéis. El mundo gira a su alrededor, ellos deciden cuando es de día y cuando es de noche, todo es increíble y extraordinario, todo es nuevo, siempre hay ganas de más y no existen silencios y planes poco apetecibles. Esta narradora omnisciente les envidia. 

Llegaron a la playa y se apoyaron en la barandilla. Hablaron de la ciudad tan bonita que tenían y de que ojalá pudieran verla por primera vez.

- Tiene que ser impresionante llegar y plantarte frente a ella. Envidio a los turistas.
- Sí. Yo sigo sin acostumbrarme. Es una de las ciudades más bonitas del mundo. 

Se lo había dejado en bandeja de plata. Ella le miró y sonrío pícara antes de disparar una de sus preguntas. Él levantó una ceja dejando claro que estaba preparado. 

- ¿Cuál es tu sitio favorito? 

Él tomó aire, miró al frente y se quedó pensativo unos segundos. Ella, que había aprovechado para mirar las luces de la isla, sin sintió que alguien la abrigaba y se supo segura y cálida. Era él que, decidido, le abrazó y le besó la frente. 

Ella sonrió. No hacía falta más. 





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