Había pensado en subir a casa por las escaleras, por aquello de los kilitos de más que nos regala el verano, pero el dolor de sus pies se lo impedía. "Ascensor, que una vez al año no hace daño", ella creía que de alguna manera engañaba a su cerebro.
Llegó a casa y dejó el bolso sobre la mesa, se descalzó y se puso cómoda. Caminó hacia la cocina y tras confirmar que la nevera estaba tan vacía como su estómago cogió el teléfono y pidió unos rollitos vietnamitas al oriental que hacía esquina en su calle. "La verdura es muy sana", se volvió a engañar obviando el frito que envolvía la verdura.
Tardaría un poco en llegar la cena y antes de desplomarse en el sofá recordó que en su inspección por la nevera no encontró nada sólido que llevar al cuerpo pero si algo liquido, una botella de vino blanco. La había comprado semanas atrás para una noche especial pero no la había abierto. "Hoy es una noche especial", se volvió a engañar. "Será todo lo especial que yo quiera", touché.
Con la copa de vino fresquito en la mano era el momento, se desplomó en el sofá y suspiró antes de tragar. El vino entraba tan bien, sabía a vida, a descanso, a relax, a maravilla y ese olor a felicidad... "Esto necesita una buena banda sonora", ella y la música, la música y ella. Siempre había defendido la idea de que los momentos importantes de nuestra vida (buenos y malos) iban acompañados de una canción aunque no la escuchásemos.
Conectó su movil a los altavoces, "Vecinos, tranquilos, un par de canciones y listo", con tanta mentira iba al infierno de cabeza, y dejó que sonara el italiano Peppino Gagliardi con Che vuole questa música stasera.
Le volvía loca la música de los años 60. Europea sobre todo, francesa e italiana para ser más concretos. No la entendía pero la sentía que es lo más importante.
Y como dice la canción que sonaba por todo el salón, aquella música la llevó al pasado y recordó aquellos largos viajes en el coche de su padre y en la música que sonaba, su memoria rescató una cinta oscura con una pegatina blanca envejecida en la que se podía leer "música años 60". Le encantaba, la podía escuchar una y otra vez sin cansarse. Baladas de lo más romántico que habían podido apreciar sus jóvenes oídos, música que describía el amor, y el desamor, de una manera maravillosa. Música que iba directa al epicentro del corazón.
Siempre decía que le hubiese gustado vivir en aquella época, bailar y sentir aquella música, encerrarse en su cuarto lleno de vinilos y escuchar durante todo el día aquellas voces desgarradoras brindando al amor.
Creía que la música debería seguir siendo así, suave, dulce, que te levante del sofá a pesar del fatídico día para bailar con alguien, siempre con alguien. Bailar pegada a ese apuestísimo chico que ha tendido su mano para invitarte a bailar, apoyar tu cabeza en su pecho y dejarte llevar. No por él, por la música.
Bebió un poco más de vino mientras la música empapaba sus tímpanos. "Qué maravilla", esta vez no se engañó.
Justo cuando entonces se abrió la puerta de casa, ella dejaba descansar la copa en sus labios donde asomaba una sonrisa. Siempre sonreía cuando le veía a pesar de los años que caían a sus espaldas. Él dejó sus cosas en el mismo sitio en el que ella había dejado su bolso minutos antes, costumbres.
La canción tocaba a su fin y él era consciente de ello, así que se acercó a los altavoces y la volvió a poner desde el principio. Se acercó al sofá, la miró con una sonrisa de medio lado y las manos en los bolsillos...
Ella mantenía su copa en los labios intentando esconder de manera inútil su sonrisa.
l mondo intorno non esisteva, dejaba escapar Peppino por su garganta cuando él le tendió su mano y sonrío. Ella dejó la copa en la mesita y casi de un brinco se puso de pie y se arrimó a él. Por supuesto se abrazó a su cuerpo, dejó su cabeza sobre su pecho y se dejó llevar, por él, por la música, por todo.
"Todos los grandes momentos tienen una banda sonora"
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