Maite

Llevo meses intentando escribir una entrada como esta y mi mayor miedo es que las palabras no estén a la altura de los sentimientos. Pero voy a intentarlo y siento si no cumple las expectativas, sobre todo las mías.

Todos quienes me conocen saben la adoración que tengo por mi sobrina Maite, todos quienes la conocen saben lo bonita, adorable y gamberra que es. Es especial. Es la primera nieta, la primera sobrina y por ello todos en casa nos derretimos con cada pequeño gesto, con cada nueva foto o video, con cada nueva salida o con simplemente con alguno de sus bailes. Todos en casa nos sabemos Frozen de memoria gracias a ella, enumeramos las princesas de Disney sin pestañear y cruzamos los dedos para que cada día consiga un "gumet" más.

Pero en esta entrada quiero hablar de algo más personal, más especial. Quiero hablar de esa sensación que siento cunado la abrazo o cuando le miro a los ojos. Quiero hablar de esa sonrisa que me saca cuando más lo necesito. Quiero hablar de algo que sucedió hace unos años y que nunca he contado.

Hace un tiempo, cuando aún era Maite un bebé que no dejaba de sonreír, yo pasé una racha un poco mala. Una racha en la que me faltaba ilusión y fuerza, en la que parecía que no iba a levantar cabeza y en la que cada mañana era un poco más gris. Pero un día, entre tanta tempestad, apareció ella para pasar una semana junto a mi. Un regalo de mi hermano y de Maite, un regalo del cielo o yo qué se, pero un regalo al fin y al cabo. Un regalo que jamás podré devolver.

Durante aquellos días no me separé de ella, dormimos juntas todos los días y reconozco que despertarme junto a su sonrisa me devolvió la vida. Disfrutaba haciendo cada biberón y cambiando cada pañal. Me emocionaba verla sonreír por nada y por todo. Era feliz con cada cosa que ella descubría. Aquella semana se llenó de largos paseos por la playa, primeros contactos de sus piececitos con el suelo, lametazos a mi helado y carcajadas al escuchar una canción.

Pero su marcha se acercaba, nos tendríamos que separar y como cada vez que se va, me invadió una pena terrible pero, en ese momento, fui consciente de que no me iba vacía, de que no me debía sentir triste porque en esos días, Maite,  me había llenado de vida, de fuerza y de ilusión. El doble de la que me faltaba. El triple de la que necesitaba.

¿Porqué quiero tanto a esa niña? Porque me devolvió las ganas, porque me enseñó que SI se puede, me demostró que yo valía y que era capaz de todo. Por eso me muero de ganas de verla en todo momento, por eso quiero abrazarla constantemente, porque me llena, me transmite esa fuerza que todos necesitamos alguna vez.  Sus fotos me recuerdan que ella fue esa luz entre toda aquella oscuridad, sus videos me hacen consciente de que puedo salir adelante. Cuando le miro a los ojos no me cabe la menor duda de que todo va a salir bien.

Por ello os pido perdón si muchas veces soy pesada con sus historias, con sus fotos y videos. Perdonarme si tacho los días del calendario que me faltan para verla. Disculpad si no confío en que exista un niño o niña más maravilloso que ella. De verdad lo siento pero ella...

Ella es Maite, mi sobrina, la alegría de todos y mi salvación.



Foto de aquella semana

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