Reto aceptado

- Seguro que te lo han dicho mil veces pero esos ojos nunca deberían llorar. 

Venga, va. Justo lo que necesitaba: un baboso regalándole los oídos. Porque era un baboso, su voz lo decía todo. ¿De verdad tenía que pasar por eso? ¿De verdad?

Alzó la mirada mientras se sorbía los mocos y no pudo ver más que una de las sonrisas más increíbles, afables y abrazables (porque cuando algo le gustaba mucho lo describía como abrazable) que había visto en su vida. Por ello, y sin servir de precedente, se iba a dejar mimar por aquel baboso, sí. Por aquella sonrisa más bien. 

No supo cómo reaccionar así que se limitó a mostrar pucheros y seguir aspirando sus mocos buscando mimo de un desconocido. Sí, se encontraba frágil y vulnerable y se lo iba a permitir. 

Le contó el motivo de sus lágrimas y él no pudo más que transmitir su debilidad ante aquella ternura. 

- Venga, te invito a un café. Tienes pinta de tomarlo descafeinado. 

- Jo, no me hagas llorar más. El café descafeinado es veneno. 

Ambos tenían toda la tarde por delante ante sus vuelos cancelados en aquel inmenso  aeropuerto. Ella le contó que le encantaban los aeropuertos por la cantidad de gente que lo transitaba y le gustaba imaginar historias de hacia donde iban o de donde venían. 

- Este aeropuerto tiene más tiendas que mi ciudad. Me siento un poco Paco Martínez Soria y es una sensación que no me desagrada en absoluto. 

Él le contó que vivía en los aeropuertos. Cada semana, por motivos de trabajo, se encontraba en una ciudad diferente. 

- Puede resultarte atractivo y emocionante pero, créeme, es tedioso. Te levantas por la mañana con el shock de no saber dónde estás. Tu casa es el hotel de turno, no puedes llamar hogar a nada y las ruedas de mi maleta son las únicas que pueden comprender este sufrimiento. 

Ella le habló del motivo de su viaje. A él cada vez le pareció más tierno todo, sus ojos no podían esconderlo. 

Por un momento se dio cuenta de que estaba hablando con un completo desconocido de sus emociones, sin embargo se sentía muy cómoda. 

- Vamos a hacer una cosa, ¿te parece? Jamás he hecho esto pero me he rendido ante tus atribuladas lágrimas. Quiero volver a tomar un “descafeinado” contigo. ¿Aceptas? 

Ella, dubitativa, le miró con recelo. Con mucho recelo. Frunció el ceño mientras pensaba que tomar un café en el aeropuerto con un desconocido ante el imprevisto de la cancelación de su vuelo, estaba genial de manera anecdótica, pero quedar con él sin saber mucho más de su vida eran palabras mayores. Él, haciendo un gesto muy masculino acariciándose el pelo le dijo: 

- Disculpa, ¿he sido muy brusco? Solo espero no haberte violentado. La verdad es que me siento muy bien hablando contigo y despiertas un interés en mí de seguir conociéndote pero no me malinterpretes, por favor, no hay segundas ni malas intenciones, de verdad.

Puestos a hacer cosas increíbles, que lo sean de verdad. Y salió de ella esa magia, esa pasión e intensidad que llevaban tiempo reservadas para aprovechar el momento y sentenciar una historia para su ñoño-blog. No hace mucho escuchó a hablar de “la diosa que llevamos dentro” y ella la sacó a pasear diciendo: 

- De acuerdo pero con una condición. Tomaremos un café solo si me mandas fotos de los atardeceres de las ciudades que visites hasta entonces. - Descarada, le guiñó un ojo.

Él con los ojos abiertos mostrando su sorpresa le tendió la mano para decirle: 

- Reto aceptado. Me gusta, me encanta pero subo la apuesta: Vamos a acercarnos a los ventanales a ver el primero juntos. Está empezando a caer el sol. 

Venga, esta historia en el blog va a dar que hablar. 




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