Si el amor me dice ven, lo dejo todo.





Muchos sólo atinan a tacharme de intensa, de amante desmesurada del amor, con tono jactancioso y despreciable, ellos; como si tuviera que sentirme culpable por sentir y pedir perdón por 'sobresentir' , yo. 

Y no, en un gesto de rebeldía -intensa- me pongo en pie y desgarro mis cuerdas vocales rasgando mi garganta hasta dejarla en carne viva para chillar bien alto, y que llegue a los 5 continentes, que sí, que lo soy a pesar de los pesares, a pesar de las cicatrices que me ha provocado, de mi piel quemada de caricias que solo eran fuego. 

Defiendo el amor a sabiendas de que entre éste y el odio hay una ligera, muy -muy- ligera línea. A pesar de conocer que el amor implica dolor, pero que, sin embargo, sin haber sufrido no podría valorar este maravilloso sentimiento que al menos a mí consigue llenarme y saciarme, llevarme a la locura y hacerme creer que no hay nada más en el mundo. 

Todos quienes me conocen saben que puedo ser muy pedante cuando se habla de amor, que mi penitencia siempre será derretirme por una película de drama amoroso y alimentarme de ese final bañado en lágrimas saladas. Quien entra en casa, observa sin hacer mucho esfuerzo, que las bibliotecas están llenas de libros que esconden en sus cientos de páginas historias de amor del de verdad, porque los amores eternos siempre tardan unas cientos de páginas en llegar, y si alguno osa en abrir estas páginas puede encontrar lágrimas secas, frases subrayadas y notas que dejan implícito que ese momento mi cabeza quiso atesorarlo para siempre. 

Guardo fotos de Pinterest o Tumblr que consiguen ponerme los pelos de punta y emocionarme hasta puntos insospechados. Me gusta mirarlas de vez en cuando, me gusta ver como él le agarra de la parte trasera de su oreja y le acerca hacía ella para darle el mayor beso de la historia. Ser testigo presencial desde el otro lado de la fotografía de esa risa de ella entrelazada con la ternura de las manos de él alrededor de su cintura. Viendo esas imágenes tengo la capacidad de vivir ese momento. De creerme ella, de creerle él. 

Alguna vez me he sorprendido a mí misma mirándole. Apoyada en el marco de la puerta y pensando que aquello era lo que había soñado toda mi vida. Aunque esta vez sea yo quien protagoniza la imagen y vosotros nuestros testigos en el otro lado. 

Muchas veces odio escuchar canciones que me roban sentimientos, pero supongo que todos somos el desgarrador acorde de alguien. 

Me sublevo al leer tus textos, amiga, y ver que has sido capaz de transmitir con palabras todo lo que yo guardo en mi corazón sin conseguir exteriorizarlo. Para ti resulta tan fácil. O no. Tal vez es complicadísimo, pero entiendes que escribir es para ti uno de las mejores formas de escapar. De comenzar, terminar y volver a comenzar. De regresarte en cada frase y salir a buscarte en cada confesión. Porque donde duele, inspira. 

Paseo por la calle buscando en los gestos de las personas el amor, una mano rozándose con otra hasta que por fin los dedos se enlazan, busco esas miradas inocentes, e incluso sabias, de parejas que empiezan o llevan toda la vida. Esos momentos consiguen empapar mi alma. Sonrío como una traviesa Elizabeth Bennet (Keira Knightley en Orgullo y prejuicio, 2005) como ese enlace de manos fuera obra mía y del amor que llevo dentro. De las ganas que (te) tengo. 

Me gusta preguntar por esas historias de amor que esconden las parejas, me gusta verles recrearse en el pasado y en esa historia que les unió. Quien habla de buenas historias tiene mis oídos. Me derrito cuando veo en sus ojos un brillo que sólo y únicamente te da este sentimiento que yo tengo por bandera. Y perdóname si ya te pregunté por aquel atardecer en el que la conociste, pero es que cuando me hablas de amor mi sonrisa es diferente, porque no sólo me tiemblan las piernas cuando escucho esa historia, también se me eriza la piel cuando el amor me toca con cada una de sus versiones. 

Me compadezco de esos cobardes que reniegan del amor porque no son capaces de admitir que no quieren arriesgar. Yo soy del grupo de las valientes, de las que se tira sin red, de las que se lo juegan todo por un beso suyo. Capaz de apostar la vida y dejarse ganar si tu pelo en la almohada me esperan cada día. De las que cree en el amor por encima de todo, de las que coge el tren con destino a ninguna parte, y de las que, también, sufre. 

Soy de las que busca hacer realidad sus sueños, soy de las que quiere que no quede todo en una burda confesión de sueños de medianoche. 

Porque tú, reacio al amor, al sentimiento, ¿te has parado a mirar cómo se erizan los pelos del que es acariciado? ¿Te has parado a escuchar el palpitar del corazón del que ama? ¿Has sentido ese halo que desprenden los enamorados? Yo hasta les he visto respirarse, prestarse el aire.

Y perdona que me lamente de ti, pero para mí el amor es como el ansia de quien lleva meses sin comer, de ese mensaje que deseas mandar cuando descubres a tu (ya no) persona favorita reflejada en un perfume. Aquí seguro que me entiendes.  

El amor despierta mis instintos, mudos en este mundo desalmado. 

Dejadme ser así, es mi ruego. Hay quien tiene adicción a drogas menos duras que el amor y pelea por dejarlas. Yo no, yo soy una incondicional de la narcótica sensación del amor.

Qué me vais a pedir a mí, si hasta la última palabra, del último poemario de Sylvia Plath antes de suicidarse fue un letal:

AMOR.

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