Aquel día

No podía dormir, al día siguiente tenía que ir al colegio y era incapaz de conciliar el sueño. Sabía que aquello le pasaría factura pero no había manera. 
 
Probó con mil posiciones, se tapó la cabeza con las sábanas, se escondió bajo la almohada, contó rebaños enteros de ovejas e incluso las estrellas luminosas que su madre pegó hace años en el techo. Pero todo fue inútil. 

Mientras daba vueltas a esa, aún, inocente cabeza, escuchó de fondo una canción. Venía del salón. Era muy real para ser producto de su insomnio. 

Tengo un corazón mutilado de esperanza y de razón. Tengo un corazón que madruga donde quiera ¡ay!

Y este corazón se desnuda de impaciencia ante tu voz, pobre corazón que no atrapa su cordura...


Como siempre, su curiosidad pudo con  su necesidad de dormir. Se levantó de la cama y sigilosamente recorrió el pasillo. Aquellos pies descalzos medían cada leve movimiento. No podía despertar a sus hermanos y menos que sus padres se enterasen que aún estaba despierta. 

Había luz al fondo y cada vez la música se escuchaba más cerca. Dio unos pasos más antes de llegar a la sala. Tenía que tener cuidado, sus padres podían escucharla y nadie le libraría de un azote en el culo y de llevarla de la oreja hasta la cama. 

Quisiera ser un pez para tocar mi nariz en tu pecera y hacer burbujas de amor por dondequiera. Pasar la noche en vela mojado en ti. 

Un pez, para bordar de cayenas tu cintura y hacer burbujas de amor baja la luna, saciar esta locura. Mojado en ti...

Ya podía reconocer qué canción era. Juan Luis Guerra, a sus padres les encantaba. Pero aquella que sonaba no era la que a ella le gustaba, Ojalá que llueva café en el campo. Se volvía loca por que su padre la pusiese una y otra vez en el coche, obviando las demás. Qué paciencia tenía. 

La canción que se debaja escuchar en el salón hablaba de un pez, una pecera y alguna cosa más. Sólo sabía que a sus padres les apasionaba, que se ponían muy cariñosos cuando la escuchaban y a ella, aquello, le daba vergüenza. 

Consiguió asomarse al salón estirando el cuello para no ser vista. Y allí, allí  estaban. 

Canta corazón, con un ancla imprescindible de ilusión. Suena corazón
No te nubles de amargura

Y este corazón, se desnuda de impaciencia ante tu voz, pobre corazón
que no atrapa su cordura


Abrazados, bailando aquella canción que tanto les gustaba. Acariciándose la manos, sonriéndose dejando ver aquella complicidad. 


Quisiera ser un pez... 

La niña se quedó un rato mirándoles. Era la primera vez que no salía corriendo a ponerse en medio de ellos porque le daba vergüenza verles bailar. Esta vez, en cambio, se mantuvo atenta con los ojos clavados en aquella pareja que bailaba en el salón, en aquella pareja por la que parecia que no habian pasado los años. 

Y entonces lo experimentó. Pudo ver con sus propios ojos lo que era el amor. Pudo incluso sentirlo. Vio el amor en los ojos de sus padres, pudo notarlo en cada caricia. En cada ligero movimiento de pies. Pudo notarlo en esa suave sonrisa en su madre, en la mirada de su padre. 


Recorrió por su cuerpo algo que jamás había sentido. No sabía como reaccionar ante ello. ¿Tenía que sonreír?, ¿o tal vez llorar? Sólo fue consciente de que le encantó. 

La canción tocaba a su fin, seguramente ellos seguirían abrazados a pesar de que la siguiente canción no invitase a ello. 
Ella debía marcharse ya. Sin hacer ruido. Volvió por el pasillo de puntillas y con sigilo llegó hasta la cama. Se tumbó y no dejó de pensar en lo que acababa de ver y sobre todo en lo que había sentido. 

Fue participe del cariño, del de verdad. Del amor, del de las pelis. Del respeto, de la complicidad, de la admiración... 

Desde aquel día aquella inocente niña se juró a si misma que encontraría a un hombre que la mirase como su padre a su madre y que ella se debía estremecer como lo hacia su madre. 
Aquel día cambió todo. 


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